Shock, Stress, Test, Scanner, Doppler, Stent o Bypass, términos que todos hemos aprendido y de alguna manera asimilado en las consultas médicas, en los exámenes diagnósticos o en alguna hospitalización.

Históricamente desde cuando los médicos recetaban en latín hasta tiempos recientes cuando su caligrafía nos llevaba al regente de droguería para que tradujera las recetas, siempre ha quedado en el imaginario de las personas la frase “más enredado que letra de médico”, y no es para menos, pues su forma de comunicar los diagnósticos ha tenido que competir entre hacerse de forma clara y eficiente sin desprenderse del entender científico.

Ciencia, profesión y arte

Tres procesos mediante los cuales nuestros médicos o galenos como algunos los reconocen, intentan comunicar no siempre las más alentadoras noticias del estado de salud o tratamiento que deben seguir los pacientes.

La medicina es ciencia, por lo tanto, se ajusta a terminología científica especializada y tecnicismos que, siendo poco comunes, definen el estado anatómico o funcional del cuerpo humano. El médico no puede desligarse de la ciencia para definir una enfermedad o para formular un tratamiento; por el contrario, mientras más se adapte a los principios científicos más coherentes serán sus alternativas.

La medicina es profesión ya que implica un profundo compromiso, pues todos de una u otra forma sentimos gran alivio cuando consultamos el diagnóstico profesional del médico que ha “quemado sus pestañas” para conocer a fondo nuestra humanidad.

La medicina es arte porque no solo cumple con la altísima responsabilidad ética juramentada, sino con la de comunicar y hacer entender en términos coloquiales y prácticos el estado de salud del paciente.

Por tanto, la medicina cumple con el firme propósito de acercar a usuarios y pacientes, el conocimiento de forma clara para que no se pierda el hilo conductor entre el saber científico y la naturaleza misma de esta doctrina que es prevenir, tratar y curar.